El «otro» partido que juega el entrenador y periodista LUIS BRETÓN
Publicado el 09/02/2025
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ARTICULOS DE OPINIÓN
por Agustín
Periodista y entrenador de baloncesto. Esas son dos de las pasiones que distinguen a LUIS BRETÓN PÉREZ. Compartí muchos años con él en la Redacción de Jornada Deportiva y El Día y puedo decir que es un tío de los que vale la pena tener en tu lista de AMIGOS.
AGUSTÍN ARIAS.-
Hoy hace una década de aquella desagradable noticia, cuando su médico le diagnosticó un mieloma múltiple (cáncer en la sangre).
«Aquel 9 de febrero de 2015 fue un dramático punto de inflexión en mi vida», nos cuenta Bretón Pérez, quien, lejos de «cerrarse en una habitación para esperar el fatal desenlace», optó por retar a la enfermedad a un partido que ya lleva 3.654 días y del que, con el respaldo de su legión de amigos/as QUIERE GANAR aunque, como suele decir al sacar a relucir su humor, «aunque sea triple en el últimos instante». Vamos, como el que logró anoche en Murcia David Krämer para darle la victoria al CB Canarias.
Luis Bretón (derecha) y Juan Arias (izquierda), con el Cajasiete CB Santa Cruz
Luis, el periodista y entrenador, el amigo, ha publicado en su rincón de Twitter (X) su historia:
«Este resumen lo hago para dar visibilidad y mostrar solidaridad con todas las personas que lo han padecido, y para intentar animar a quienes, como yo, han sufrido un auténtico calvario a causa del mieloma múltiple. ¿Que qué es esta enfermedad? Lo explico brevemente, aunque no soy médico:
Es un cáncer de la sangre, de las células plasmáticas de la médula ósea. Proliferan sin control células cancerígenas de este tipo, que van ocupando el lugar de las células sanas, y eso es muy malo porque tiene consecuencias importantes, a veces graves y en ocasiones mortales.
Llevaba meses notando dolores fuertes en la espalda. Intensos. Crueles. Ni mi inicio en pilates ni mis visitas al fisioterapeuta de confianza mitigaban el dolor, ni los analgésicos. Nada, por lo que decidí acudir a un traumatólogo privado, que ordenó la realización de pruebas.
Tales pruebas encendieron la alarma: lesiones líticas, destructivas, en algunas vértebras y afectación en muchos huesos. El dolor de espalda es uno de los síntomas principales de esta enfermedad maligna, lo que no quiere decir que si usted tiene dolor lumbar va a tener mieloma.
Otros síntomas principales son aumento de calcio en sangre a causa de la destrucción de huesos, insuficiencia renal e infecciones repetitivas, además de fatiga extrema, entre otros. La sospecha provocó mi derivación a la sanidad pública, donde fui atendido por un hematólogo.
Ese hematólogo, del que luego diré algo, me mandó unos análisis detallados. Y el proteinograma de mi sangre confirmó el peor pronóstico. 9 de febrero de 2015: «Usted tiene mieloma múltiple, una enfermedad maligna de la sangre… Es incurable pero tratable».
En ese momento, el médico acercó una caja de pañuelos al otro lado de la mesa. Nunca lloré tanto sin hablar; tal vez sí, cuando un año y medio antes perdí a mi madre. Y seis meses después murió mi padre. Fue la puntilla. Estaba definitivamente hundido, entré en barrena.

Luego, resumidamente, vinieron los primeros ciclos de quimioterapia, la aféresis y el trasplante de médula. De mi propia médula, de mis células madre. Fueron unos meses horribles, llenos de efectos secundarios, de pánico, de dolor y de hospitalización en aislamiento severo.
Superé el trasplante tras casi un mes ingresado que mi cerebro ha intentado olvidar sin conseguirlo del todo. Pasé algo más de un mes, otro mes, para poder empezar a pasear unos metros, solo unos metros. Primero por la acera, luego por la manzana, más tarde por el vecindario.
Poco a poco recuperé el aliento. Incluso hice ejercicio suave, siempre con tratamiento, con quimio, con inmunoterapia. Mi enfermedad no cura nunca. Uno se acostumbra malamente, al menos yo. Otras personas lo llevan mejor, otras peor y, por desgracia, algunas fallecen.
Recuperé cierta «normalidad» pese a haber quedado incapacitado. Yo, que era corredor de medias maratones, había pasado de ser una tableta de chocolate a tener un cuerpo castigado por la medicación, pero eso era lo de menos. Seguía vivo. Y, de verdad, eso era lo único relevante.
A los cuatro años del trasplante llegó la recaída del cáncer. Un pequeño plasmocitoma (tumor de células plasmáticas) brotó en mi boca. Otro horror, otra alerta roja, botón del pánico activado en mí y en mi entorno. Otro paso hacia el abismo: había que tomar decisiones.
U otro trasplante o un tratamiento «nuevo». Optamos por lo segundo. Afortunadamente, como me dijo aquel médico, había que «comprar tiempo» y gracias a Dios habían pasado cinco años. Habían aparecido nuevos y potentes fármacos para combatir el mieloma múltiple. Nos pusimos.
Desde entonces han pasado otros cinco años, sigo con tratamiento continuo, pero ya tengo 10 años más, 56, he sobrevivido diez años al cáncer que nunca me abandonará, que me seguirá jodiendo la vida. Pero tengo suerte. Tengo suerte porque sigo vivo, porque aquel médico se ha jubilado y es mi amigo, porque tengo personas, familia, amigos y conocidos que me apoyan; también porque a pesar de no trabajar hago labores de voluntariado, porque mantengo la esperanza en la ciencia, en la medicina, en los hematólogos que me han atendido en las enfermeras y enfermeros del Hospital Universitario de Canarias, en los especialistas de psicología, nefrología, neurología, dermatología, radiología, vascular, cirugía, maxilofacial, neumología y otras especialidades que me han atendido en este tiempo. También en los administrativos, los servicios de urgencia tan abandonados que tenemos y toda la gente que trata de alguna manera a los difíciles pacientes de mieloma. Y confío en la investigación y en la ciencia médica. Y soy creyente, para rematar la faena…
El mieloma es jodido, mucho. Pero la investigación está apuñalando continuamente a esta enfermedad «mortal de por sí», pero cada vez más tratable, de eso no hay duda. Y tampoco tengo duda de que un día me voy a morir por el mieloma o por otra cosa, porque como decía mi padre «de la horizontal nadie se libra».
En mi peor momento recibí ayuda de mucha gente buena, que aún la hay. Estoy infinitamente agradecido a todas esas personas que no me atrevo a nombrar por respeto a su intimidad. Ellas saben a quienes me refiero.
Hay un hematólogo jubilado que se llama Miguel, una mujer que se llama Raquel, un amigo que se llama Ángel e incluso un obispo que se llama Bernardo entre ellos, pero son solo unos palos de la estructura que me mantiene vivo.
No soy ni un héroe ni un luchador. Soy un enfermo de cáncer como cualquier otro. Víctima de una enfermedad cruel que debe tener visibilidad para su conocimiento e investigación para su tratamiento. Soy un privilegiado, agradecido por haber cumplido hoy 10 años de supervivencia».
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